TRIBUTO A JOSE MARIA ARGUEDAS

Hace poco más o menos de 80 años las letras en el Perú, dieron una vuelta para verse en el espejo de la memoria y de la historia, para ver el país mestizo que es el Perú, más allá de la mezcla de genes mediterráneos y andinos, estaba el fruto en la mirada de país, tal como es. José María había escrito los “Ríos profundos” – a buena hora su experiencia de vida en el Colegio Grau de Abancay- y con ese texto empezamos a mirarnos a nosotros mismos como somos los peruanos. Había en nuestras raíces un Perú de amor, amor a la naturaleza, amor a la lengua, amor a los animales, a las costumbres, amor a otras deidades; en resumen, a la cultura de los Andes.

La atormentada vida del escritor, tiene bases incuestionables en la infancia y que reseñamos a manera de colofón de una vida atormentada pero productiva.

Después de estar un tiempo en Andahuaylas, en 1917, el padre envía un pariente a recogerlo y llega el niño de nuevo al hogar. El padre fiel a su dicotomía de negador y dador veía una vez más por el hijo, que a pesar de las mil dificultades que el trabajo le presentaba, nunca lo abandonó. El abandono en la infancia es una profunda herida emocional, produce un miedo a la soledad, un miedo al rechazo, devaluación del sí mismo, acendrado sentimiento de no ser digno de cariño.

Su identificación es con las madres sustitutas que son varías en la primera infancia, destacando la cocinera de la hacendada de Puquio. Allí es probable que este niño huérfano haya aprendido el rol masculino de los hermanos, un rol más bien negativo, que lo llevaría más adelante a tener problemas en las relaciones de pareja.

En 1962, escribe una carta a Pedro Lastra, allí confirma su desazón por su país y su infancia disfuncional.

“El Perú es país tan bello, tan profundo como cruel, en estos tiempos. Esta lucha bárbara me estimulaba antes, me inspiraba: pero luego de unos problemas psíquicos muy duros que no pude vencer, empecé a deprimirme y lo que antes me impulsaba hoy me desalienta. No en el sentido de hacerme perderla fe sino biológicamente. La atroz niñez y adolescencia que tuve crearon en mí ciertos principios perturbadores que se desarrollaron cuando mi vitalidad fue fuertemente abatida por graves problemas personales.”

José María, es un huérfano rubio de piel blanca, criado por los quechuas, y allí es donde experimentó el dolor profundo de los indios, cuya cultura se niega a desaparecer, donde los arraigos con los indios es la más fuerte y con un manto de afecto importante.

La sensación de orfandad, el desamparo amenazante que lo embarga el temor a no saber qué puede pasarle, es sostenido por la ternura del comportamiento de los indios que son su amparo y su refugio y quienes son los que enriquecen su vocabulario, no sólo como palabras nuevas, sino por la semántica, por los significados que para el son nuevos y los que le darán de adulto esa rica cosmovisión de la psicología de los indios, las que mantenían desde la época de sus ancestros y que por su carácter abstracto, no pudo ser borrado por los conquistadores hispanos.

Tenía que ser este novelista un antropólogo que iba a revolucionar la literatura y proveernos de letras de gloria, más allá de la agonía de un zapato, el vuelo de los alcotanes, ni cantar un ideal con un alma de lira.

Desnudo un Perú de gentes que contenían una rabia ancestral de humillación y explotación en los lugares más recónditos de la patria. Letras que mostraron el desasosiego de la perversidad de gentes que maltrataban y despreciaban a las inocentes mayorías indígenas

Se fue el escritor que había fascinado a más de una generación con una prosa y un estilo espléndido, fruto de su ser escindido en dos mundos, de su vida precaria y vulnerable, donde los halagos, los títulos y los puestos ministeriales no le llenaban ninguna necesidad, mientras su cosmovisión estuviera herida. Forjó un lenguaje único, un modelo de cultura que no era la clásica hispana o andina, sino una cultura híbrida, que se apoderaba del idioma de la conquista y del afecto ancestral de los indios por la vida.  Elaboró una sintaxis portentosa, que podía mostrarte la noche amaneciendo y el amanecer hecho noche, con la dulzura que sólo puede darte el quechua. No hay en su narrativa ultraje a la naturaleza, al ser humano a la vida, por el contrario, son seres de luz y esperanza, bañados de alegría y fuerza.

No hay en sus letras subterfugios o técnicas narrativas que suelen deleitar a los críticos, aquellos que creen que la literatura es una moda y que hay que seguir los preceptos que dictan. Que esperan un discurso alienado donde se deben repetir esquemas sesgados por el tecnicismo, sin una base real, montados en prejuicios ideológicos o personal o presionados por los artistas de moda.   Arguedas rompe, con quienes esperan la literatura acomodaticia y complaciente con la crítica. Sera siempre el autor que hace cantar a los ríos, que es hijo  de las montañas, el que invoca a los apus de su pueblo para salir bien librado de una batalla. El autor que es piadoso y complaciente con el dolor y el castigo, el que sufre por todos, pero que reivindica la verdad y la justicia, como una realidad y no como una quimera inalcanzable.

Su obra y su vida se entienden ligada a lo que debe resaltar  la cultura peruana, el grito de los Andes, desgarrador grito imbuido de amor a la vida, la humanidad, naturaleza, y el hombre que sufre, pero goza.

Hay una humanidad que preconiza en sus palabras y que llegará sin duda alguna. Escribió con lucidez y grandeza sobre lo que significa vivir y morir y sobrevivir en un Perú, aún desigual. Debemos leer como dijera, un amigo suyo, “volvamos a leer los profundos ríos de tu literatura para rescatarte, esta vez sí, de la muerte que dicen que te devoró»

Vivir para él era escribir, lo había dicho más de una vez, “si ya no escribo, no merezco vivir más”.

Luis Echegaray Vivanco

Escritor

(*) Fragmentos del Libro: José María Arguedas, ángeles y demonios de un creador. En pre-prensa.

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